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Sobre la emergencia
de los arquetipos geométricos

Aproximación a la Psicología de la Forma de líneas y superficies


Juan Blanco


1. El punto

El punto nos nace, nos referencia, nos hace creadores donde nada había, y allí sitúa la primera descripción... y la primera incógnita, pues su presencia muda y pre-formal nada aclara sobre su identidad. Y así, en la escritura, para cambiar de frase - pasar de un pensamiento a otro - ponemos un punto, signo neutro y no significante.

El punto es cualquier cosa en la lejanía: un insecto, una persona, una ciudad, una estrella... o a la inversa: el punto es una entelequia, todo y nada a la vez, pues cualquier punto es algo más si nos acercamos lo suficiente. No hay punto irreductible.

Luego el punto no existe por sí mismo. Pero ¡es tan útil...! Permite la ilusión de un origen, la simplificación de la realidad apabullante, conseguir mediante la primera abstracción aislar un trozo concreto de esa realidad y, a partir de ahí, construir figuras y símbolos, ciudades y filosofías... Una vez conseguido el punto, trascendida la pura percepción, nace la inteligencia, nace el Hombre.

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2. La línea

Aunque parezca más real, la línea es -por definición: una sucesión de puntos- tan irreal, en definitiva, como los puntos que la forman. Pero de esencia radicalmente distinta: ya tiene dimensión, es medible y medidora, y permite con ello el razonamiento más primario: la comparación. Con un pedazo de línea en nuestras manos, ya podemos saber cuánto son las cosas entre sí, y establecer por fin tamaños y categorías, no de manera difusa como hacen los animales, sino de modo proporcional, mucho más preciso e informativo.

Que la línea sea más o menos recta ya no importa tanto. La rectitud exacta es tan ilusoria como el propio punto, al menos a nivel observable (quizá las moléculas o las energías discurran por rectas extrañas). Al cabo, la tendencia a la línea recta es un proceso de civilización, pero ya fuimos -con el punto y la simple línea- humanos antes.

La línea es también un borde, un límite, y permite por ello delimitar, definir cosas, animales, objetos: hasta aquí es esto, tras la línea o fuera de ella ya es lo otro. Igualmente, las líneas envuelven y marcan lo que nos es propio: casa, parcela, tribu, frontera... y allí donde termina la mirada, la cierra una línea, mítica por inalcanzable: el horizonte, la eterna aspiración, el ideal y el misterio.

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3. Las paralelas y la cruz

Dos líneas que discurren juntas y manteniendo la distancia que las separa, ¿cabe imaginar mayor intención? Las paralelas son algo más que líneas cercanas, no hay en ellas azar o casualidad, son un proyecto, una indicación, una señal. Y además, superan la delgadez de la pura línea, casi encierran una superficie, forman por fin algo. Por ello, su atracción visual es inmediata, unas paralelas siempre contienen información vital, advierten de una existencia a tener en cuenta (río, árbol, serpiente, camino).

En su forma paradigmática –las paralelas verdaderamente rectas- esa significación se hace máxima, ya que denotan la mano del hombre, con ellas aparece el concepto de igual y plural, el primer símbolo y el primer número: desde el caos de las formas desordenadas, las paralelas se alzan como instrumento sencillo y potente. Las cuevas paleolíticas, los graneros o las cárceles de cualquier tiempo, con sus rayitas bien dispuestas, nos hablan acerca de los hombres que - cientos, miles de años por medio- contaron espigas, ganado o días, con la única ayuda de unas paralelas, símbolo de sus máximos tesoros - comida, libertad- cuantificados.

Visualmente, las paralelas -como veremos luego con el círculo- tienen una especial propiedad: ofrecen al ojo un placer inagotable, el del plácido discurrir de una forma según una ley -la equidistancia- que tranquiliza por su continuidad y ausencia de sorpresas. Círculo y paralelas son formas que expresan la ecuación vital: permanecer en el tiempo -vivir- siendo lo mismo. Por ello nos emanan belleza y armonía primarias, y a la vez materializan la máxima aspiración, la utopía de la persistencia inmutable: la inmortalidad.

Las paralelas, entonces, simbolizan lo equiparable, lo idéntico, son signo de lo propio y ordenado. Pero si las líneas, en vez de acompañarse, convergen y se atraviesan, forman el signo estrictamente opuesto: LA CRUZ. Sinónimo de encuentro y conflicto -y más difusamente, símbolo sexual-, ha sido empleado y progresivamente elaborado por todas las culturas: cruz egipcia, griega, latina, celta, etc. Su adopción como símbolo clave por el Cristianismo -religión del sufrimiento- es totalmente coherente con el arquetipo. Previamente, los antiguos indoeuropeos habían adoptado la esvástica, cruz dinámica que combina el encuentro y el movimiento, forma rudimentaria de expresar lo que luego plasmaría el Budismo, desde una concepción más armónica y sabia, en el bello símbolo del Yin y el Yang: la ley fundamental de los contrarios como base y motor de la existencia.

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4. La curva

Las curvas nos tranquilizan, y así debe ser: son líneas sin sobresaltos, puro devenir continuo, apacible y sin contratiempos. En realidad, su suavidad procede de su similitud con lo biológico, de su habitualidad dentro de lo viviente: los animales y las plantas son, geométricamente, concatenaciones de curvas. Y conforme éstas se enderezan y se acercan al ÁNGULO, nos inquietan, ya que pasan a significar dureza, espina, colmillo, cuerno... agresión, en suma. Inconscientemente, por instinto, sabemos que las curvas son inofensivas, que mucha fuerza han de tener (ola, piedra, alud) para ser peligrosas, mientras que puntas, ángulos y vértices nos hienden fácilmente. Así que, en todos los sentidos, la curva es dócil y familiar, y posiblemente por ello nos comunica un sentido inmediato y primordial de belleza: grata y coherente, la curva es como debe ser.

Hay una excepción en la calma de las curvas. Una de ellas tiene una extraña cualidad, que ya fascinó al hombre primitivo y lo sigue haciendo con nosotros. Es la Espiral, curva plegada sobre sí misma indefinidamente, que refiere a la vez al pasado y al futuro, a lo olvidado y a lo incógnito, a la nada y al infinito. Forma ambigua e inacabable, síntesis de micro y macrocosmos, seguirá teniendo fortuna entre los símbolos, pues ninguna expresa mejor nuestro eterno y esclavo discurrir hacia el origen, hacia ninguna parte, o bien hacia cualquier misterio que queramos imaginar.

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5. El círculo

Cuando la curva se cierra, aparece otra y superior categoría formal, a la que se acercaban sin conseguirlo las paralelas y la espiral: las dos dimensiones, la superficie, el plano, en la frontera entre la abstracción y la realidad. La forma que compone una curva cerrada es el Óvalo, elipse más o menos imperfecta que, con tensión mantenida y uniforme en todas direcciones, se hace Círculo.

El círculo es lo perfecto, no nos plantea disyuntivas visuales, podemos mirarlo sin duda ni esfuerzo, es el equilibrio en sí mismo. Y a la vez, sin referentes, sin arriba ni abajo, es la absoluta concreción de la nada, de la ausencia de intención y de existencia, mismo y puro no-ser: el cero y el agujero. La perfección formal del círculo encierra, sin embargo, un misterio: el número Pi, de decimales interminables... El bello círculo se revela metáfora de la contradicción existencial: como la realidad, es hermoso y parece comprensible; como ella, es mágico y absurdo.

Pero, por encima de su vacuidad y de su desconcertante secreto, el círculo es la forma más frecuente en nuestra experiencia: gotas, flores, ojos, astros... estamos rodeados de círculos, pues es la forma más económica y resistente de orden para las construcciones de la materia. Los elementos, una vez requeridos por alguna fuerza, se aglutinan en círculos (materializados en esferas), forman las moléculas y los compuestos, agregados de círculos que nos constituyen. A mayor escala, ondas y energías se expanden en círculos, la materia cósmica se concentra en círculos y esferas. Máxima expresión a la vez de lo que no existe y de lo que sí, la vitalidad del círculo culmina para nosotros en el Sol, círculo perfecto y amo de esa vida, dios ineluctable de la Tierra circular.

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6. El triángulo

Formado con tan sólo tres líneas, el triángulo es la forma cerrada y angulosa más elemental. Hablamos aquí del Equilátero, el más puro de ellos y que -ya con un lastre de incoherencias- participa en cierto modo de la sencillez y simetría del círculo, aunque en otro orden formal. Es la más perfecta de las formas no perfectas.

El triángulo nos deja creernos dueños de sus quiebros, saltar de uno a otro, aunque sea, al cabo, un polígono rutinario y rígido (el sistema estático más estable, dicen los geómetras -el taburete-), no manipulable: si no estamos aquí, estaremos allí o como mucho allá, no hay alternativa. Tampoco permite relaciones internas entre sus vértices; sin diagonales, todo queda en la piel de su perímetro: nunca nos descubrirá sus entrañas. Incluso no las tiene.

Por ello, lo identificamos con Dios, con lo inaprensible, con lo inextricable... o bien con el pubis, lo femenino, lo otro igualmente extraño y ajeno (dando por sentado que nuestra Simbólica y nuestra Estética, emanadas de una sociedad patriarcal, son inevitablemente masculinas). El triángulo, en fin, engañosamente sugestivo, nos es radicalmente inaccesible.

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7. El cuadrado

Es la primera forma compuesta no perfecta, libre - dentro de un orden - y no inmutable, con cuatro ángulos y dos diagonales, de las que surgen las posibilidades dialécticas: el éste contra aquél, los bandos, el arriba y abajo/izquierda y derecha, la combinatoria. Un sistema y ¡oh, maravilla!: simple y controlable. De ahí procede su éxito humano, tanto como de una treta formal: combina las paralelas - forma primaria insoslayable - con las virtudes cuasi-corpóreas de las figuras cerradas.

Y, efectivamente, él cierra y encuadra (hasta da nombre al hecho de delimitar algo, resaltándolo) toda nuestra visualidad doméstica y social. Allí donde aparezca un cuadrado, habrá un hombre, dueño de una situación, consciente de su propiedad o de su estatus: de documentos, rótulos, parcelas, habitaciones, fosas...en suma, cuadrados del hombre erigido en Ley, cuadrados de la realidad apropiada, clasificada, controlada.

Polígono fácil de construir y a la vez casi perfecto, el cuadrado es símbolo y realidad de lo humano, a lo que ha informado de tal manera que toda nuestra producción - artesanía y tecnología - se basa en él. Utensilios, muebles, máquinas, edificios... los cuadrados subyacen en todas nuestras obras; y, cuando no lo aparente, siempre estarán debajo, en la estructura, en el alma de los objetos, denotando al hombre que los creó.

De igual modo, él ciñe y conforma nuestra mirada: a través de cuadrados - y de sus sucedáneos los Rectángulos - nos conocemos en los espejos, contemplamos la escritura y el arte, y por el cuadrado de la ventana miramos - eliminando así el terror que nos causa - afuera, al mundo. Hoy, en fin, esta cuadratura visual ha sido remachada por un nuevo cuadrado tenaz y poderoso, el televisor, que nos demanda la mirada a todas horas, robándonos el tiempo y las ideas. Cuadrado ubicuo, ha dejado de ser siervo para hacerse amo, como en los cuentos. El instrumento, el medio, se ha hecho fin en sí mismo y, perdida su factura humana, nos deshumaniza.

A estas alturas, en suma, los cuadrados nos son ya irrenunciables, pues - aún corriendo el riesgo cierto de hacernos cabezas "cuadradas" - ¿qué seríamos sin ellos?. Un mundo sin cuadrados sería hostil e inhumano, o simplemente algo más revelador: inimaginable.

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y 8. Los polígonos

Conforme aumenta el número de sus lados, se elevan las posibilidades y combinaciones, las vísceras de los polígonos (diagonales, bisectrices, apotemas) se multiplican vertiginosamente, sus interacciones proliferan y el cálculo de sus áreas - su sustancia - requiere fórmulas más y más complicadas. Todavía el Pentágono y el Hexágono son comprensibles y manejables: con ellos y con sus esqueletos las Estrellas de cinco y seis puntas crearon los orientales unas artes hipnóticas, propicias a la dispersión contemplativa. Pero, ¿qué decir del diabólico Heptágono, del Octógono funerario, del Decágono engañoso, del Dodecágono elusivo...? Casi ni nombrarlos sabemos, inútiles y complicados artificios de matemáticos y ocultistas. Y sin embargo, estas figuras nos rodean por doquier para quien sepa dónde buscarlas: flores, cristales, conchas, tejidos, observados de cerca, se nos revelan formas agotadoras, cuya dificultad nos evidencia que podemos poco más que contar con los dedos de la mano, que mirar sólo las apariencias con los ojos.

Más allá, los POLÍGONOS que superan la docena de lados se nos antojan ya círculos temblones y difusos que se pierden en la noche de la complicación geométrica, abstrusas figuras estudiadas por topólogos, elucubradores y otros dementes. Para poco han servido estas formas en la Historia humana (círculo/ triángulo/ cuadrado); el Hombre - hace tiempo derrotado por la elemental cuadratura del círculo - ha sido hasta ahora demasiado torpe para la sublime inanidad de sus contornos.

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1 comentario

Daniel Gelabert -

Interesante paseo por la estructura sicológica del ser,la que nos plantea Juan Blanco.A propósito de su autor :nos incita a la reflexión,pero en mi caso ,incluye una necesidad de debate.Un debate que invite a ampliar algunas de las formas estructuradas de saber a las que la cultura nos impele.En ese sentido no puedo sino felicitar encomiastamente a Juan Blanco,apreciado poeta epistemológico,por acicatear y estimular tales hechos.
Punto,línea,circulo ,cuadrado y los correspondientes etc.,magistralmente asimilados a la historia de la cultura humana son,en efecto,una síntesis paradigmática de la evolución del conocimiento.
En los sucesos del devenir humano las figuras más elementales y rudimentarias han ido aquiriendo un valor simbólico representativo,según vemos,que nos pinta Blanco con pluma artística.
Y yo quiero plantear al poeta un nuevo desafío ;desafiar ,en el mejor de los sentidos,a trasvasar la búsqueda al ámbito de los sólidos o,si se prefiere,al lugar espacial en que el círculo se emancipa del mero opacado,prehistórico plano y se multiplicaen revolucionadas e infinnitas secciones espaciales hasta metamorfosearse en cilindro o,si se prefiere,que se crucifique a sí mismo sobre su diámetro para ofrecerse como cautivadora esfera espacial,desde cuyo primitivo,original punto central los radios axiales se revelan ante el plano y se proclaman tan libres como el díámetro establecido y/o el enigmático e inmodificable Pi se lo permitan.
El hombre primitivo dibujó círculos,que eran lunas,para contar sus días.Dibujó líneas para contar sus parcialidades .A estas y otras representaciones les agregó la complejidad y el símbolo del color ,como una manera más evolucionada de significar.Antes de la estética esta en el hombre LA NECESIDAD.
El hombre actual suele mirar los hechos del hombre prehistórico con cierta suficiencia,sintiéndose un ser superior.Pero ha superado realmente el hombre moderno al prehistórico en cuanto a su concepción del espacio tridimensional ?
Uno de los filósofos más agudos del siglo IXX-XX,F.Nietzche,habló del eterno retorno y consideró al tiempo como una espiral.Pero alguien ha hablado del tiempo como un cono espiralado girando a la deriva ?
Bien,amigo Juan :te dejo este obsequio.Tal era el enigma.Este el momento y el lugar para descubrirlo ante quien quiera saberlo.Hay algunos aspectos del cono que definen su origen y su deriva,pero requieren un análisis de otro orden.Tales son el momento flexor,el punto de cierre y el mayor diámetro.El cono espiralado es ,además del tiempo,el universo en expansión ,considerando el espiral mayor del cono y el momento cero o agujero negro en su zona de cono que tiende al cero punto.
Cordialmente.
Daniel Gelabert.16/07/06