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Lo que realmente había dentro de las torres gemelas en NY

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Bush esperando al Air Force One. Destino: Marte

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El poder de la palabra

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El mundo visto por TV

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En Torno al Viejo y al Nuevo Liberalismo

Gerardo Blas

 

A últimas fechas se oye hablar mucho del neoliberalismo, así para ensalzar sus virtudes como para criticar sus excesos. Éste sería un muy buen ejemplo para demostrar que la humanidad suele olvidar muy pronto sus errores, y que aquello de tomar a la historia como maestra de la vida no suele tomarse tan en serio.

 
 
Para tratar del liberalismo siempre es necesario comenzar con algunas precisiones. Para empezar, hay que decir que el liberalismo en sentido amplio suele dividirse en liberalismo económico, liberalismo político e, incluso, liberalismo filosófico. Esta división no es compartida por la totalidad de los estudiosos; por ejemplo, sólo por citar un caso, para Giovanni Sartori, el liberalismo es político y no económico. Este autor propone que a esta última acepción se le llame por su estricto nombre: librecambismo. Esta aclaración viene al caso porque en este artículo trato tanto sobre el liberalismo económico y algunas implicaciones en la cuestión política, lo que algunos llaman democracia liberal.

El liberalismo, debido a su etimología, da una idea de libertad que, en la mayoría de las mentes occidentales se asocia a una concepción bastante positiva de sus propuestas y de los resultados que propone. Sin embargo, a pesar de haber sido alguna vez una propuesta revolucionaria, es pertinente recordar que, una vez convertida en la doctrina de las élites gobernantes, muy pronto mostró sus límites y sus graves implicaciones sociales.

El liberalismo al principio fue una doctrina que buscó acabar con el feudalismo, con la sociedad estamental y sus desigualdades ligadas al nacimiento y origen, así como con el dominio social y político de la nobleza, pero sus postulados de igualdad ante la ley pronto mostraron sus limitaciones. Desde muy pronto pudo notarse que las élites burguesas liberales trataron de limitar la participación política del pueblo; para ejercer los derechos políticos pusieron como requisitos la propiedad, la riqueza o hasta la raza. Cómo olvidar que en los muy liberales Estados Unidos de América los negros carecieron de igualdad, a pesar de que la Constitución se basaba expresamente en la defensa de los derechos inalienables del hombre, o cómo dejar de lado la cuestión del género, pues es sabido que cuando se llegó a hablar de voto universal, esta supuesta universalidad no incluía a las mujeres.

Por otro lado, la igualdad social no fue un postulado básico del liberalismo. Su defensa de la igualdad sólo hace referencia a la igualdad jurídica (todos iguales ante la ley), pero no intenta nada para paliar la desigualdad de fortunas, o los extremos ligados a ella. Todo lo contrario: el liberalismo está a favor de la desigualdad, pues el motor de la actividad económica es la iniciativa individual, el interés privado. El liberalismo clásico ni siquiera se molestó entonces por la cuestión de la equidad, esa noción que acepta que para competir en términos de igualdad en el mercado, en la política, en la educación, etc., es necesario tomar medidas compensatorias para los que han nacido en desventaja.

Recordemos que, en el liberalismo temprano, todo intento por dar mayores derechos y prestaciones a los obreros era visto como una afrenta al sistema económico racional. En este sentido, un sindicato era equiparado con los monopolios, y el gobierno debía luchar contra cualquier intento por cerrar o limitar el mercado, contra cualquier organización que atentara contra las sacrosantas leyes del mercado, las cuales, por cierto, se decía que funcionaban solas, sin apenas intervención humana. El gobierno no debía interferir en el libre juego de las leyes del mercado, así fuera para hacer más soportable la suerte de los trabajadores.

A finales del siglo XIX, las crisis económicas recurrentes, inherentes al mismo sistema económico liberal; los sucesivos y cada vez más fuertes movimientos sociales que pedían reformas, así como la aparición y extensión de las ideas socialistas, empujaron a algunos Estados a admitir reformas sociales y económicas heterodoxas desde el punto de vista de los liberales puros, pero necesarias en términos sociales y políticos. Tomar estas decisiones era aceptar, de hecho, las limitaciones políticas y sociales del liberalismo, aunque frecuentemente, más que debido a un afán reivindicativo, estas decisiones se tomaron para apuntalar el poder político de los gobernantes en turno.

Ya durante el siglo XX, con las crisis económicas que seguían apareciendo de vez en vez, con el triunfo de la revolución socialista en Rusia en 1917, la gran crisis económica de 1929 y la aparición y ascenso del fascismo, a los liberales no les quedó más remedio que reformarse o morir. Las políticas económicas en las que el Estado intervenía abiertamente se aplicaron cada vez en más países, si bien para algunos liberales eso constituía un error, y esto a pesar de que estas políticas demostraron efectividad. El llamado Estado benefactor trató de cumplir con su cometido de paliar las grandes desigualdades y brindar protección económica y social a la mayor parte de los ciudadanos, funciones que el liberalismo no contemplaba como parte de las obligaciones estatales, pues con éstas se interfería en las leyes naturales del mercado.

A partir de la segunda mitad de la década de 1970 se fueron fortaleciendo cada vez más los defensores del librecambio. Frente a los resultados cada vez más cuestionables de las políticas intervencionistas del Estado benefactor, los nuevos liberales (los neoliberales) pedían un regreso al sistema de librecambio. Quizá habría cabido esperar que este regreso a los principios liberales hubiera tratado de encontrar mecanismos que no repitieran los excesos y errores de su propuesta clásica. Pero no fue así.

Debido a estas cuestiones, no debería extrañarnos que el nuevo liberalismo no promueva la equidad ni proponga soluciones a los extremos de pobreza y riqueza generados con la aplicación de sus principios.

Alguna vez se creyó (algunos lo siguen haciendo) que el liberalismo promueve la prosperidad para todos. Pero para que haya prosperidad para algunos debe haber pobreza para otros. Este esquema se repite tanto al interior de cada sociedad o país, como a nivel global, en que sólo existen algunos países ricos y necesariamente deben existir numerosos países pobres, menos exitosos. ¿Necesariamente por las fuerzas naturales del mercado y por las diferencias en las iniciativas individuales?

Estas consideraciones pueden ayudarnos a realizar un mejor análisis de los acontecimientos actuales, y para cuestionarnos los discursos triunfalistas que suelen esgrimir los liberales de hoy. Es cierto que, desde esta perspectiva, es preferible tratar de ubicarse en el bando de los ganadores y no en el de los perdedores, pero se pierde de vista la complejidad de la vida humana, la social y la individual, así como las relaciones igualmente complejas entre el ser humano y la naturaleza. ¿Sólo debemos buscar ganancias económicas? ¿El planeta puede soportar una explotación sin límites? ¿Se busca erradicar la pobreza realmente, o sólo se pretende ocultarla o justificarla?

Referencias
SARTORI, Giovanni, Elementos de teoría política, Alianza Universidad, Madrid, 1992.
SHAPIRO, J. S., Liberalism: Its meaning and History, Princeton. N. J., 1958.
PALMADE, Guy, La época de la burguesía, Siglo XXI, México, 1998.
BERGERON, Louis, et al., La época de las revoluciones europeas, Siglo XXI, México, 1998.
Gerardo Blas Segura
Profesor del Departamento de Estudios Sociales y Relaciones Internacionales del Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México, México.

http://sobreatico.net/tiki-index.php?page=Neoliberalismo&bl
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Otra amenaza para Internet

Otra amenaza para Internet

Un proyecto para cercar a

          Internet

por Sally Burch

La coalición "Save the Internet" (“Salvemos Internet”), que agrupa a decenas de organizaciones estadounidenses preocupadas por mantener Internet como un espacio libre y abierto, ha denunciado que el Congreso de su país está discutiendo una ley que eliminaría el principio de “neutralidad de la red”.

 

Romper la neutralidad significaría que las empresas que controlan el sistema, como AT&T, Verizon y Comcast, podrán establecer un sistema de "peajes", que determine cuáles sitios Web se abren más fácilmente, o qué tráfico pasa más rápidamente, basado en quién paga más.

La coalición está impulsando una campaña de presión al Congreso para que no entregue el control de Internet a las empresas, para que puedan determinar lo que la mayoría de usuarios hagan y vean en línea. Denuncia que varios congresistas, a cambio jugosas donaciones de campaña de las grandes empresas de telecomunicaciones, han asumido la defensa de una Ley a favor de estas empresas, bajo el argumento de que "el Internet no puede ser gratuito".

"Dentro de poco, la libertad de Internet podría estar cercada por las empresas telefónicas y del cable", resalta la Coalición (1). Éstas se convertirían en "porteros" de Internet, con la potestad de discriminar entre diferentes tipos de tráfico. Implicaría que los portales Web con mayor capacidad de pago podrían tener acceso a rutas rápidas, mientras que los sitios que no pagan el peaje estarían condenados a la vía lenta.

Entre los ejemplos que la coalición cita de lo que significaría, menciona que "la acción política se podría retrasar porque un puñado de proveedores de Internet dominantes exijan primas de "protección" a los grupos de presión, para que sus sitios Web funcionen óptimamente". Los buscadores más rápidos serán aquellos que pueden pagar más a los proveedores. Y para los "bloggers", los costos para compartir clips de video y audio podrían dispararse, silenciando a los comunicadores/as ciudadanos/as, concentrando aún más el poder en manos de los medios corporativos.

¿Cuáles serán las implicaciones para quienes viven en el Sur? En América Latina, el tráfico de Internet en un alto porcentaje pasa por los servidores de EE.UU. De las decisiones que adopte el Congreso estadounidense depende que se acorten o se amplíen las brechas en el acceso y capacidad de difusión en Internet.

Este hecho pone en evidencia, una vez más, la urgencia de implementar un sistema de gobierno de Internet que no dependa de un solo país, y de crear infraestructuras distribuidas geográficamente.

Sally Burch
De la redacción de ALAI


# Agencia ALAI

http://www.voltairenet.org/article138633.html

¿Defenderse de la democracia?

¿Defenderse de la democracia?

 

 ¿Defenderse de la democracia?

 
NICOLAS TENZER - 30/04/2006

 Parece apropiado que, debido a la guerra en Iraq, el mundo esté debatiendo la naturaleza de la democracia a doscientos años del nacimiento de Alexis de Tocqueville.

Tocqueville es merecidamente famoso por rechazar la nostalgia reaccionaria y considerar el triunfo de la democracia como nuestro destino, mientras que advertía de los peligros que conlleva la democracia para la libertad. ¿Debemos seguir compartiendo sus preocupaciones? Tocqueville concebía la democracia no sólo como un régimen político, sino, sobre todo, como un régimen intelectual que da forma a las costumbres de la sociedad en general, y de ese modo le dio una dimensión psicológica y sociológica. Tocqueville argumentaba que los regímenes democráticos determinan nuestros pensamientos, deseos y pasiones.

Para Tocqueville, los efectos sistémicos de la democracia podían llevar a los ciudadanos a privarse de su pensamiento razonado. Solamente podían aparentar que juzgaban los eventos y los valores por sí solos; en realidad, meramente copiaban las opiniones toscas y simplificadas de las masas. En efecto, lo que Tocqueville llamó el dominio del poder social sobre la opinión es probablemente más fuerte en los regímenes democráticos - punto de vista que predice el crecimiento de la demagogia en la época moderna y la manipulación de los medios de comunicación-.

Tocqueville creía que esta tendencia no tenía limitaciones efectivas de largo plazo. Ni las democracias locales, ni las sociedades pequeñas, ni los controles y equilibrios gubernamentales, ni los derechos civiles pueden prevenir la decadencia del pensamiento crítico que la democracia parece ocasionar. Las escuelas tienen el poder de ser poco más que enclaves en medio de la fuerza corrosiva de las influencias sociales sobre el funcionamiento de la mente. De igual manera, si bien Tocqueville pensaba que buscar la virtud como se hizo en la antigüedad o tener una creencia religiosa en algunas ocasiones podía elevar el alma, también entraba en conflicto con el ideal democrático si se prescribía oficialmente en la vida pública.

En este sentido, los herederos intelectuales de Tocqueville incluyen a los teóricos neomarxistas de la Escuela de Frankfurt, así como a Hannah Arendt. Todos ellos temían sobre todo a la desintegración de la razón en las sociedades modernas. El estilo de vida democrático tiende a destruir el pensamiento original, lo que da como resultado una mediocridad que hace a los ciudadanos vulnerables ante los enemigos de la democracia.

Pero mientras la historia está repleta de regímenes asesinos alabados por masas intimidadas y engañadas, el gran riesgo para los países democráticos es que sus ciudadanos caigan en la apatía y en la visión de corto plazo en aras de la satisfacción inmediata. El pasado - a pesar de los rituales que buscan conmemorar momentos históricos- se borra debido a la adicción por lo nuevo y reciente. Incluso, la clase dirigente supuestamente bien educada está sujeta a este encanto. El problema esencial de la mente democrática es su falta de conciencia histórica.

¿Los defectos de la democracia realmente significan, como Tocqueville argumentaba, que el pesimismo resignado es el único camino que tenemos? Yo no lo creo. Hay maneras de luchar en contra de lo que podría llamarse la creciente estupidez democrática de hoy.

La primera defensa es presionar por un sistema educativo que realmente forme mentes críticas, a saber, por medio de las materias descuidadas en gran medida (actualmente) de la literatura, la historia y la filosofía. Si se quiere formar a la ciudadanía informada y crítica que la democracia necesita, nuestras escuelas deben dejar de plegarse a las modas pasajeras más recientes y empezar a mejorar las capacidades analíticas de los estudiantes.

El impedimento más grande para esa educación son los medios masivos de comunicación, con su tendencia a cultivar la superficialidad y la diversión. La pasividad que fomentan los medios es el polo opuesto de la participación activa que los ciudadanos democráticos necesitan. Pero es difícil imaginar que los medios masivos de comunicación (a excepción de los periódicos de calidad) se conviertan en instrumentos de una educación que fortalezca las capacidades críticas de los ciudadanos. Esta preocupación sobre los medios masivos de comunicación no es mero desprecio elitista hacia la cultura popular. La cuestión no es sólo de popularidad - Mozart era popular en sus tiempos y las obras teatrales de Shakespeare atraían tanto a los pobres como a los ricos-, sino del rechazo de la cultura masiva a desafiar y provocar. El resultado de ese fracaso es una indiferencia generalizada y una pasividad del público.

¿Es muy tarde para hacer algo acerca de una cultura que apaga tanto el espíritu? Tocqueville despreciaba a las elites de su tiempo por su complacencia cara a la fuerza de desarraigo de la democracia masiva. ¿Acaso servirá también la miopía de nuestros líderes como agente de su profecía inquietante?
NICOLAS TENZER, presidente del Centre d´Étude et de Réflexion pour l´Action Politique (Cerap) y director de la revista ´Le Banquet´
 © Project Syndicate/ Institute for Human Sciences Traducción: Kena Nequiz; www. project-syndicate. org
  Enviado por Esther
  Colectivo logomaquia

 

 



Sobre la emergencia
de los arquetipos geométricos

Aproximación a la Psicología de la Forma de líneas y superficies


Juan Blanco


1. El punto

El punto nos nace, nos referencia, nos hace creadores donde nada había, y allí sitúa la primera descripción... y la primera incógnita, pues su presencia muda y pre-formal nada aclara sobre su identidad. Y así, en la escritura, para cambiar de frase - pasar de un pensamiento a otro - ponemos un punto, signo neutro y no significante.

El punto es cualquier cosa en la lejanía: un insecto, una persona, una ciudad, una estrella... o a la inversa: el punto es una entelequia, todo y nada a la vez, pues cualquier punto es algo más si nos acercamos lo suficiente. No hay punto irreductible.

Luego el punto no existe por sí mismo. Pero ¡es tan útil...! Permite la ilusión de un origen, la simplificación de la realidad apabullante, conseguir mediante la primera abstracción aislar un trozo concreto de esa realidad y, a partir de ahí, construir figuras y símbolos, ciudades y filosofías... Una vez conseguido el punto, trascendida la pura percepción, nace la inteligencia, nace el Hombre.

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2. La línea

Aunque parezca más real, la línea es -por definición: una sucesión de puntos- tan irreal, en definitiva, como los puntos que la forman. Pero de esencia radicalmente distinta: ya tiene dimensión, es medible y medidora, y permite con ello el razonamiento más primario: la comparación. Con un pedazo de línea en nuestras manos, ya podemos saber cuánto son las cosas entre sí, y establecer por fin tamaños y categorías, no de manera difusa como hacen los animales, sino de modo proporcional, mucho más preciso e informativo.

Que la línea sea más o menos recta ya no importa tanto. La rectitud exacta es tan ilusoria como el propio punto, al menos a nivel observable (quizá las moléculas o las energías discurran por rectas extrañas). Al cabo, la tendencia a la línea recta es un proceso de civilización, pero ya fuimos -con el punto y la simple línea- humanos antes.

La línea es también un borde, un límite, y permite por ello delimitar, definir cosas, animales, objetos: hasta aquí es esto, tras la línea o fuera de ella ya es lo otro. Igualmente, las líneas envuelven y marcan lo que nos es propio: casa, parcela, tribu, frontera... y allí donde termina la mirada, la cierra una línea, mítica por inalcanzable: el horizonte, la eterna aspiración, el ideal y el misterio.

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3. Las paralelas y la cruz

Dos líneas que discurren juntas y manteniendo la distancia que las separa, ¿cabe imaginar mayor intención? Las paralelas son algo más que líneas cercanas, no hay en ellas azar o casualidad, son un proyecto, una indicación, una señal. Y además, superan la delgadez de la pura línea, casi encierran una superficie, forman por fin algo. Por ello, su atracción visual es inmediata, unas paralelas siempre contienen información vital, advierten de una existencia a tener en cuenta (río, árbol, serpiente, camino).

En su forma paradigmática –las paralelas verdaderamente rectas- esa significación se hace máxima, ya que denotan la mano del hombre, con ellas aparece el concepto de igual y plural, el primer símbolo y el primer número: desde el caos de las formas desordenadas, las paralelas se alzan como instrumento sencillo y potente. Las cuevas paleolíticas, los graneros o las cárceles de cualquier tiempo, con sus rayitas bien dispuestas, nos hablan acerca de los hombres que - cientos, miles de años por medio- contaron espigas, ganado o días, con la única ayuda de unas paralelas, símbolo de sus máximos tesoros - comida, libertad- cuantificados.

Visualmente, las paralelas -como veremos luego con el círculo- tienen una especial propiedad: ofrecen al ojo un placer inagotable, el del plácido discurrir de una forma según una ley -la equidistancia- que tranquiliza por su continuidad y ausencia de sorpresas. Círculo y paralelas son formas que expresan la ecuación vital: permanecer en el tiempo -vivir- siendo lo mismo. Por ello nos emanan belleza y armonía primarias, y a la vez materializan la máxima aspiración, la utopía de la persistencia inmutable: la inmortalidad.

Las paralelas, entonces, simbolizan lo equiparable, lo idéntico, son signo de lo propio y ordenado. Pero si las líneas, en vez de acompañarse, convergen y se atraviesan, forman el signo estrictamente opuesto: LA CRUZ. Sinónimo de encuentro y conflicto -y más difusamente, símbolo sexual-, ha sido empleado y progresivamente elaborado por todas las culturas: cruz egipcia, griega, latina, celta, etc. Su adopción como símbolo clave por el Cristianismo -religión del sufrimiento- es totalmente coherente con el arquetipo. Previamente, los antiguos indoeuropeos habían adoptado la esvástica, cruz dinámica que combina el encuentro y el movimiento, forma rudimentaria de expresar lo que luego plasmaría el Budismo, desde una concepción más armónica y sabia, en el bello símbolo del Yin y el Yang: la ley fundamental de los contrarios como base y motor de la existencia.

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4. La curva

Las curvas nos tranquilizan, y así debe ser: son líneas sin sobresaltos, puro devenir continuo, apacible y sin contratiempos. En realidad, su suavidad procede de su similitud con lo biológico, de su habitualidad dentro de lo viviente: los animales y las plantas son, geométricamente, concatenaciones de curvas. Y conforme éstas se enderezan y se acercan al ÁNGULO, nos inquietan, ya que pasan a significar dureza, espina, colmillo, cuerno... agresión, en suma. Inconscientemente, por instinto, sabemos que las curvas son inofensivas, que mucha fuerza han de tener (ola, piedra, alud) para ser peligrosas, mientras que puntas, ángulos y vértices nos hienden fácilmente. Así que, en todos los sentidos, la curva es dócil y familiar, y posiblemente por ello nos comunica un sentido inmediato y primordial de belleza: grata y coherente, la curva es como debe ser.

Hay una excepción en la calma de las curvas. Una de ellas tiene una extraña cualidad, que ya fascinó al hombre primitivo y lo sigue haciendo con nosotros. Es la Espiral, curva plegada sobre sí misma indefinidamente, que refiere a la vez al pasado y al futuro, a lo olvidado y a lo incógnito, a la nada y al infinito. Forma ambigua e inacabable, síntesis de micro y macrocosmos, seguirá teniendo fortuna entre los símbolos, pues ninguna expresa mejor nuestro eterno y esclavo discurrir hacia el origen, hacia ninguna parte, o bien hacia cualquier misterio que queramos imaginar.

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5. El círculo

Cuando la curva se cierra, aparece otra y superior categoría formal, a la que se acercaban sin conseguirlo las paralelas y la espiral: las dos dimensiones, la superficie, el plano, en la frontera entre la abstracción y la realidad. La forma que compone una curva cerrada es el Óvalo, elipse más o menos imperfecta que, con tensión mantenida y uniforme en todas direcciones, se hace Círculo.

El círculo es lo perfecto, no nos plantea disyuntivas visuales, podemos mirarlo sin duda ni esfuerzo, es el equilibrio en sí mismo. Y a la vez, sin referentes, sin arriba ni abajo, es la absoluta concreción de la nada, de la ausencia de intención y de existencia, mismo y puro no-ser: el cero y el agujero. La perfección formal del círculo encierra, sin embargo, un misterio: el número Pi, de decimales interminables... El bello círculo se revela metáfora de la contradicción existencial: como la realidad, es hermoso y parece comprensible; como ella, es mágico y absurdo.

Pero, por encima de su vacuidad y de su desconcertante secreto, el círculo es la forma más frecuente en nuestra experiencia: gotas, flores, ojos, astros... estamos rodeados de círculos, pues es la forma más económica y resistente de orden para las construcciones de la materia. Los elementos, una vez requeridos por alguna fuerza, se aglutinan en círculos (materializados en esferas), forman las moléculas y los compuestos, agregados de círculos que nos constituyen. A mayor escala, ondas y energías se expanden en círculos, la materia cósmica se concentra en círculos y esferas. Máxima expresión a la vez de lo que no existe y de lo que sí, la vitalidad del círculo culmina para nosotros en el Sol, círculo perfecto y amo de esa vida, dios ineluctable de la Tierra circular.

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6. El triángulo

Formado con tan sólo tres líneas, el triángulo es la forma cerrada y angulosa más elemental. Hablamos aquí del Equilátero, el más puro de ellos y que -ya con un lastre de incoherencias- participa en cierto modo de la sencillez y simetría del círculo, aunque en otro orden formal. Es la más perfecta de las formas no perfectas.

El triángulo nos deja creernos dueños de sus quiebros, saltar de uno a otro, aunque sea, al cabo, un polígono rutinario y rígido (el sistema estático más estable, dicen los geómetras -el taburete-), no manipulable: si no estamos aquí, estaremos allí o como mucho allá, no hay alternativa. Tampoco permite relaciones internas entre sus vértices; sin diagonales, todo queda en la piel de su perímetro: nunca nos descubrirá sus entrañas. Incluso no las tiene.

Por ello, lo identificamos con Dios, con lo inaprensible, con lo inextricable... o bien con el pubis, lo femenino, lo otro igualmente extraño y ajeno (dando por sentado que nuestra Simbólica y nuestra Estética, emanadas de una sociedad patriarcal, son inevitablemente masculinas). El triángulo, en fin, engañosamente sugestivo, nos es radicalmente inaccesible.

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7. El cuadrado

Es la primera forma compuesta no perfecta, libre - dentro de un orden - y no inmutable, con cuatro ángulos y dos diagonales, de las que surgen las posibilidades dialécticas: el éste contra aquél, los bandos, el arriba y abajo/izquierda y derecha, la combinatoria. Un sistema y ¡oh, maravilla!: simple y controlable. De ahí procede su éxito humano, tanto como de una treta formal: combina las paralelas - forma primaria insoslayable - con las virtudes cuasi-corpóreas de las figuras cerradas.

Y, efectivamente, él cierra y encuadra (hasta da nombre al hecho de delimitar algo, resaltándolo) toda nuestra visualidad doméstica y social. Allí donde aparezca un cuadrado, habrá un hombre, dueño de una situación, consciente de su propiedad o de su estatus: de documentos, rótulos, parcelas, habitaciones, fosas...en suma, cuadrados del hombre erigido en Ley, cuadrados de la realidad apropiada, clasificada, controlada.

Polígono fácil de construir y a la vez casi perfecto, el cuadrado es símbolo y realidad de lo humano, a lo que ha informado de tal manera que toda nuestra producción - artesanía y tecnología - se basa en él. Utensilios, muebles, máquinas, edificios... los cuadrados subyacen en todas nuestras obras; y, cuando no lo aparente, siempre estarán debajo, en la estructura, en el alma de los objetos, denotando al hombre que los creó.

De igual modo, él ciñe y conforma nuestra mirada: a través de cuadrados - y de sus sucedáneos los Rectángulos - nos conocemos en los espejos, contemplamos la escritura y el arte, y por el cuadrado de la ventana miramos - eliminando así el terror que nos causa - afuera, al mundo. Hoy, en fin, esta cuadratura visual ha sido remachada por un nuevo cuadrado tenaz y poderoso, el televisor, que nos demanda la mirada a todas horas, robándonos el tiempo y las ideas. Cuadrado ubicuo, ha dejado de ser siervo para hacerse amo, como en los cuentos. El instrumento, el medio, se ha hecho fin en sí mismo y, perdida su factura humana, nos deshumaniza.

A estas alturas, en suma, los cuadrados nos son ya irrenunciables, pues - aún corriendo el riesgo cierto de hacernos cabezas "cuadradas" - ¿qué seríamos sin ellos?. Un mundo sin cuadrados sería hostil e inhumano, o simplemente algo más revelador: inimaginable.

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y 8. Los polígonos

Conforme aumenta el número de sus lados, se elevan las posibilidades y combinaciones, las vísceras de los polígonos (diagonales, bisectrices, apotemas) se multiplican vertiginosamente, sus interacciones proliferan y el cálculo de sus áreas - su sustancia - requiere fórmulas más y más complicadas. Todavía el Pentágono y el Hexágono son comprensibles y manejables: con ellos y con sus esqueletos las Estrellas de cinco y seis puntas crearon los orientales unas artes hipnóticas, propicias a la dispersión contemplativa. Pero, ¿qué decir del diabólico Heptágono, del Octógono funerario, del Decágono engañoso, del Dodecágono elusivo...? Casi ni nombrarlos sabemos, inútiles y complicados artificios de matemáticos y ocultistas. Y sin embargo, estas figuras nos rodean por doquier para quien sepa dónde buscarlas: flores, cristales, conchas, tejidos, observados de cerca, se nos revelan formas agotadoras, cuya dificultad nos evidencia que podemos poco más que contar con los dedos de la mano, que mirar sólo las apariencias con los ojos.

Más allá, los POLÍGONOS que superan la docena de lados se nos antojan ya círculos temblones y difusos que se pierden en la noche de la complicación geométrica, abstrusas figuras estudiadas por topólogos, elucubradores y otros dementes. Para poco han servido estas formas en la Historia humana (círculo/ triángulo/ cuadrado); el Hombre - hace tiempo derrotado por la elemental cuadratura del círculo - ha sido hasta ahora demasiado torpe para la sublime inanidad de sus contornos.

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